Belkis Cuza Malé, luz creadora.



La mujer de Lot

Belkis Cuza Male

I


la mujer de Lot
despertó esta mañana de su largo sueño,
pero sólo para ir y esconderse en el caracol
de los almendros.

Quiere que nadie la vea
y cantar a solas su dolor.

Vestida va a de negro,
el pelo suelto, la luna sobre los pechos..
Delgada y transparente como cristal
juega a estar muda, ciega y sorda.

Pobre mujer, grita la ceiba del patio,
que ya no guarda secretos para ella,
pues alguien se orinó en el caldero
de los hierros.
Así la exorcisaron para siempre
el tomeguín y la guadaña,
la marea y el sol,
los niños.

Pieza frágil y delicada de museo,
sobrevive a su propia leyenda.

No, no es cierto que miró al abismo
del pasado
ni que se enamorase
de ese par de ángeles que
anunciaron el fuego sobre la ciudad
y las almas.

En medio de la agitación neoyorquina,
—o fue en alguna calle de Sodoma—,
las mujeres del Barrio la recuerdan con nostalgia:
!Era tan bella,
tan sencilla, tan humana,
que nadie puede imitar su estilo,
ni siquiera Jackeline Kennedy!

!Dios mío, si fuera posible pasar inadvertida
soñar a solas sobre un banco del Parque Central
o del Retiro, o quizás aquel otro de la Avenida 31,
junto al Almendares,
nada de de esto le estaría pasando ahora
a la princesa de sal,
muda y triste, mientras la nieve la decora,
y la ventolera que llega del desierto
estropea su figura de muchacha de telenovela.

No dejes, Señor, que la envidia ajena
la convierta de nuevo en una estatua de sal.


II

La mujer de Lot ha vuelto a bajar del pedestal,
esta mañana la devora un nuevo pensamiento,
una flor violeta sobre el pelo,
labios de nácar
y el viento que agita su corazón
como un pañuelo.

Esta mañana es otra y es la misma,
rubia hoy, coqueta y hermosa siempre,
se mordisquea las uñas
mientras camina a tientas las calles del Destino.



ASIMILO


Asimilo
el verbo conjugado
sin ser dicho.

No hace falta
trasplantarnos las uñas
de las manos
a la tierra,
para saber
que el marco de la puerta
forma un ángulo;
que los pies descalzos
andan sueltos;
ni que hace tiempo
mi espíritu se ha muerto
robando
granos de azúcar
a las moscas,
y ventilando situaciones
de cuidado.





LA PATRIA DE MI MADRE


Mi madre decía siempre
que la patria era cualquier sitio,
preferiblemente el sitio de la muerte.

Por eso compró la tierra más árida
y el paisaje más triste
y la yerba más seca,
y junto al árbol infeliz
comenzó a levantar su patria.

La construía a pedazos
(un día una pared, otro día el techo,
y, a ratos, huecos para dejar colar el aire).

Mi casa es mi patria -decía-
y yo la veía cerrar los ojos
como una muchacha llena de ilusión
mientras escogía, de nuevo, a tientas,
el sitio de la muerte.





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