The idol of the devil



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Debatir con un académico no merece la pena. Como no servía de nada discutir con un profesor en nuestra época de estudiantes. Tampoco es recomendable enfrentarse a periodistas de renombre (suelen estar convencidos de que la opinión ajena no vale un céntimo). Me encanta ser como soy: por eso soy como soy, se entiende. Si alguien no está de acuerdo con lo que digo, pues perfecto. No le llamo ignorante por esa razón (al menos por esa sola razón) y mucho menos le espeto en tono despectivo: "Ve y estudia".
El motivo es simple: no soy académico, ni profesor, ni siquiera un periodista de renombre. En buen cubano: no me las sé todas. Me equivoco. Escucho (y leo) a los demás. Acepto chistes y, de vez en cuando, rectifico mis continuas equivocaciones.
Dicho lo anterior, expresaré mi punto de vista con la mayor sinceridad posible. Este es un post público. No solo se admiten comentarios a favor, sino también (y especialmente) en contra.
El asunto que me ocupa es el siguiente: El presidente Donald Trump decretó una prohibición temporal contra viajeros provenientes de siete naciones de mayoría musulmana: Irán, Irak, Libia, Somalia, Sudán, Siria y Yemen. De ellas, solo Irán, Sudán y Siria son consideradas "naciones patrocinadoras del terrorismo internacional". En dicha lista estuvieron alguna vez Corea del Norte y Cuba. Somalia nunca.
Las secuelas del decreto presidencial ya son visibles: Durante noventa días no ingresarán a territorio estadounidense ciudadanos de esos países. Quienes huyen del tirano Bashar Al-Assad llevan la peor parte.
Algunos se preguntan qué habría ocurrido si Cuba figurara todavía en la mentada "lista negra". Agradecen a Barack Obama que ya no lo estemos y aseguran que, de no ser por el ahora exmandatario, los cubanos con visa para viajar a Estados Unidos no estarían a salvo del veto presidencial. En dos palabras: provenir de un país "patrocinador del terrorismo" los haría inelegibles, ya no como inmigrantes, sino como simples visitantes.
Atreverme a discrepar me ganó un par de calificativos que prefiero no repetir en este espacio, je je. Pero, no tiene remedio: pienso, luego discrepo.
La acción ejecutiva de Mr. Trump de ninguna manera habría afectado a los cubanos (como no afecta a los coreanos del norte). Cuba ingresó a la infamante nómina por dos motivos: facilitar ayuda médica y asistencia política a dos organizaciones catalogadas como terroristas: las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y la Euskadi Ta Askatasuna (ETA). Bien saben mis acérrimos detractores que la orden del multimillonario neoyorquino alude al extremismo islámico y no al socialismo trasnochado de la Isla. Narcotraficantes, mercenarios y subvertidores de la democracia antes que fundamentalistas religiosos, los gobernantes cubanos jamás fueron estigmatizados por ninguna administración estadounidense en el sentido en que lo son los sátrapas de Irán o Siria.
No había cubanos en el avión que derribó las Torres Gemelas. No había cubanos entre quienes masacraron a los humoristas de Charlie Hebdo. No fue un cubano quien disparó contra los gays en una discoteca de Orlando. La Habana no estuvo detrás de ninguno de esos atentados. El terrorismo, nos guste o no, tiene nombres y apellidos.
¿Me equivoco?
Entonces, ¿de dónde sacan la peregrina idea de que la sabiduría de Obama nos salvó de la cólera de Trump?
Ayúdenme a entender.

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