Pescadoras



EL BARQUERO


Tres años después de su muerte, mi padre

vuelve a trabajar. Después de veinticinco años

desempleado, está muy contento

de haber sido contratado, llega puntual,

trabajador incansable. Se sienta

en la proa de la barca, dulce timonel,

de espalda a los pasajeros. Está muerto,

pero se arrodilla erguido, mirando hacia delante,

a la otra orilla. Alguien ha cerrado

su boca, de modo que se lo ve más cómodo

?ni sediento, ni necesitado? los ojos 

abiertos, bajo el iris la línea negra

que apareció con su muerte. Está tranquilo.

Su nuevo empleo es una broma entre los dos,

le encanta bromear conmigo, no ha perdido

su cara de póquer. Mascarón de proa de marfil,

hombre alto, demacrado, costillas, pezones, labios,

cada vez que traigo a alguien

y lo pongo en el barco y lo empujo,

mi padre lo lleva remando a través del río

hacia la lejana orilla. No hablamos:

él sabe que se trata de alguien

de quien me quiero deshacer, alguien

que me hace sentir fea y asustada. No le digo

como lo hacías tú. Él conoce el oficio

y lo disfruta. Cuando arrojo a alguien dentro

él no mira hacia atrás: lo lleva directamente

al infierno. Quiere trabajar para mí

hasta que yo muera. Sabe que entonces

iré hasta él, subiré a su barca

y me dejaré llevar, estiraré mi mano amplia

hacia la suya, lo ayudaré a desembarcar,

nos abrazaremos como dos que nunca nacieron,

desnudos, sin respirar, nos cubriremos

hasta los labios con el oscuro manto de la tierra

y descansaremos juntos al final de la jornada.

Sharon Olds

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