La Barbarie izquierdista






Los izquierdistas del campus de Berkeley no puede tolerar una opinión diferente, así que tienen que utilizar bombas de humo y la violencia para disuadir a los conservadores 







LA SEMANA EN FRANCIA

Un soldado dispara a un hombre armado que gritó “Alá es grande” en el Louvre

Un individuo armado con un machete se abalanzó sobre una patrulla militar en el acceso al centro comercial del museo



y un post en Facebook

Es que no puedes pasearte tan siquiera, lo hemos de tener presente, por las páginas culturales de revistas y diarios de todo el mundo, en cualquier idioma o geografía. Suponía que la cultura, el arte, la creación imaginaria, podían separarse de la política factual, aunque tengamos que admitir que todo se entrelaza. Pero sí, es cierto, mis sospechas se han corroborado desde hace algún tiempo ya. La pureza del arte, o al menos la pretendida pureza del arte, ha muerto. Me refiero a esa “pureza” que esgrimen aquellos que aborrecen la política o que pretenden aborrecerla. O esos otros que miran hacia el lado cuando no les conviene apelar a la unión entre política y cultura. Pero toda esa ficticia parcela inmaculada, sin embargo, que por alguna razón presumía de no contaminarse del “odio” y de la “perversión” inherentes al ejercicio de la política, discurso casi siempre enarbolado por la elite intelectual de la izquierda caviar, esa misma que se dedica a fumar porros de marihuana y a relativizar el valor de lo “prosaico” (a diferencia, hemos de admitirlo, de aquella intelectualidad, más orgánica y militante, que vemos y hemos visto en gobiernos y regímenes totalitarios), toda esa parcela inmaculada, perfecta y pulcra, endiabladamente estéril, se nos ha venido abajo como un castillo de naipes en las últimas semanas.
Es que no puedes pasearte tan siquiera por las páginas culturales de diarios y revistas de todo el mundo, se los digo. Hay un discurso unánime, (porque recordemos que la izquierda domina desde hace mucho tiempo a los corrillos culturales en todo el mundo occidental), un discurso unánime o cuasi unánime de condena a Trump y al “nuevo” Estados Unidos. ¡Hay que ser muy valientes para resistirse al eslogan de moda! Y ese discurso va desde el amarillismo más vehemente hasta los análisis más manipuladores y pretenciosos ¡Pero no hay medio que escape a tanto apasionamiento! Que si el MOMA ha condenado a Trump, que si el arte sufre con la elección de Trump, que si la gente ya no mira al cielo debido a Donald Trump. Y así una sarta de sandeces que, unidas unas con otras, solo pueden provocar vergüenza o desconfianza. A veces tengo la impresión de que todos estos intelectualillos, y algunos otros, ante la posible nueva presencia del diablo en la tierra, tras la partida de Hitler, tienen temor de que se les juzgue en un futuro por no haber reconocido la existencia del “mal” frente a sus narices. Todo parece reducirse a eso, a un problema de ego y de oportunismo, he de decirles. Y es en este punto, en el referente a la presencia del mal y todas esas cosas, que me permito recordarles a tales revistillas y diarios culturales, que la confraternización con la terrible dictadura de los castros, por ejemplo, jamás enrojeció las mejillas ni obligó a agachar la cabeza de toda esta gente aprovechada, chaquetera, pancista, que ni acaso alguna vez se tomaron el trabajo de condenar lo que pasaba en Cuba.
El dolor que ha causado la victoria del nuevo presidente norteamericano en todas estas gentes, nada tiene que ver con valores culturales y apreciaciones estéticas (bueno, quizás haya alguna especie de discriminación estética, tal y como les decía hace escaso tiempo atrás). El dolor del triunfo de un desmesurado y nacionalista Trump duele y causa profundísimo escozor, sobre todo porque obstaculiza esa visión mesiánica y colectivista, al decir de Robert Nozick, de la elite intelectual occidental, que alimenta a su vez los desproporcionados sentimientos antinorteamericanos del resto del mundo. De eso se trata y no de otra cosa, así que ya saben

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