Creaciones Margarita GARCIA ALONSO y Czeslaw Milosz


NO ESTE CAMINO

Czeslaw Milosz 

Perdóname. Yo fui un intrigante como muchos de esos que se deslizan
furtivamente por las humanas habitaciones de la noche.

Yo calculé la posición de los guardias antes de arriesgarme a acercarme 

a las fronteras cerradas.

Conociendo más, pretendí satisfacer menos, a diferencia de

esos que dan testimonio.

Indiferente al cañoneo, al clamor en la maleza y a la burla.
Deja a los sabios y a los santos, pensé, trae un don a toda

la Tierra, no meramente al lenguaje.

Yo protejo mi buen nombre para que el lenguaje sea mi medida.
Un bucólico, un lenguaje pueril que transforma lo sublime en cordial.
Y el ritmo o el salmo de maestro de coros cae aparte, únicamente 




Premio Nobel de Literatura en 1980, Czeslaw Milosz (Lituania 1911-2004) fue testigo de hechos fundamentales para la historia del siglo xx. Poeta, novelista, ensayista y traductor, nació en un mundo destruido para siempre por el nazismo. A partir de 1945 ingresó a la carrera diplomática pero, en 1951, rompió lazos con el gobierno estalinista de su país. Se estableció en Francia y después en Estados Unidos, donde fue profesor de lengua y literatura eslavas en la Universidad de California en Berkeley, hasta que volvió a su país natal tras la caída de la Cortina de Hierro, en 1989. Con el poeta Robert Hass tradujo casi toda su obra al inglés. Los poemas traducidos aquí fueron tomados por José Emilio Pacheco de New and Collected Poems (1931-2001).

Según Milosz no existe ningún idioma que puedan comprender al mismo tiempo los vivos y los muertos, y es necesario combatir la frágil iridiscencia que se produce en la torre de marfil. No hay diferencia entre vida y arte; el poema y la novela pierden su posición de obras artísticas y forman parte de la historia que describen: “Sería maravilloso leer un poema aislado de la fecha y de las circunstancias bajo las cuales se escribió, pero es imposible. ¿Qué queremos? ¿Mármol, un canon inamovible, belleza? Yo no soy Mallarmé.” Las fechas importan. Ignorar la historia constituye un acto de traición pero hacerle reverencia es idolatría. En ese sentido, el poeta es el encargado de decir qué y cómo ocurrieron las cosas. En “En zona de silencio” (2000), escribió: “Tengo edad suficiente para recordar pero, al igual que otros, repito las palabras que son socialmente aceptables, porque no me siento autorizado a revelar una verdad que resulta demasiado cruel para el corazón humano”.

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