No tienen la más puta idea de cómo funcionan los estamentos de la libertad en una nación

Louise Rogers pulling Mable Brown’s hair, 1896-1899, Frances S. and Mary E. Allen.


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Me regocija y me divierte observar a todos esos intelectuales latinoamericanos del exilio que, compungidos, desolados ante la victoria del candidato que no les satisface, imaginan un futuro apocalíptico y terrible para los Estados Unidos, y se deprimen, mientras apuntan acusadoramente a aquellos tontos incapaces de ver lo inevitable, a aquellos adoradores ignorantes de fascistas, que deberían de arrepentirse o de lo contrario arder en las hogueras del ninguneo y la desidia.
Esos intelectuales de quienes hablo no tienen la más puta idea de cómo funcionan los estamentos de la libertad en una nación como la que residen. Añoran una democracia directa porque su candidata no ganó los votos electorales necesarios. Se lanzan a las calles a filmar con sus telefonillos las marchas de quienes no saben perder, ni en política ni en nada. Se citan en las redes sociales para advocar por la revolución de las aceras. Y si no marchan, pues despotrican barrabasadas en su Facebook, insultando a esos enanillos morales, (casi siempre nosotros) que no alcanzan sus estaturas de preclaros.
Es la soberbia de la izquierda, de los liberales “tolerantes” que, ante la imposibilidad de poder asaltar directamente la vetusta constitución americana, un sueño húmedo que los excita por aquello de la repartición de bienes y de los papeles rectores de quienes viven o pretenden vivir de las palabras y las ideas, se frustran y maldicen y amenazan. ¡Qué triste es la visión de estos alabarderos de lo correcto, dueños de la verdad incontrastable!
Entre los muchísimos cubanos que allí medran, se hace evidente la pertenencia a ese tronco común que la izquierda ha parido desde tiempos de la república, pues entre ellos predominan los Villenas y los Marinellos, los Mañach, Piñeras y Lezamas. Muy poco, lamentablemente, de Lamar Schweyer y de Ichaso. La tradición intelectual cubana ha sido, hegemónicamente, de izquierdas y antinorteamericana. Lograr sobreponerse a ello resulta un imposible para casi todos que, como apoteosis de la maldición criolla, también han sido adoctrinados por el colectivismo que ha regido en los últimos sesenta años.
Yo en realidad apenas si tengo algún problema en ello. Mo me molestan sus opiniones gregarias, uniformadas, militantes, a no ser por ese tufillo moralista, picúo e insoportable que emana de sus posturas pedagógicas, de sus mandatos concluyentes, de la satanización de quienes no se suman a la comparsa, … a su comparsa. Nada suele ser más hipócrita e intolerante que la izquierda y sus voceros.
Yo creo que esta elección, vivida desde cerca, es una muestra prístina de lo que digo. Para estos duendecillos saltamontes, especialistas en apuntar y juzgar a la “ralea” que no sabe ni donde está parada, según ellos, tropezarse con opiniones disonantes es como para una chica temerosa de los insectos encontrarse con una cucaracha voladora. No se trata de hacer enemigos por decir cosas como estas. Pero la falsedad y la doblez no deben trascender en el mundo incólume de las ideas. Es hora de intentar al menos poner coto a la hegemonización de la izquierda dentro del pensamiento intelectual cubano. Un marco como el de estas elecciones y los debates que ha generado, es ideal para intentar analizar nuestras falencias y miserias. Sin un switch que logre potenciar un nuevo pensamiento sobre Cuba y el mundo, las cosas seguirán viajando, indefectiblemente, hacia el frenesí imparable de la corrección y la colectivización. Dios, nuestro Dios, nos proteja de tamaño desastre. 

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