La muerte de Fidel Castro, un acontecimiento higiénico


Suena el teléfono y despierto y escucho la voz de mi hermano que me dice quemurió Fidel Castro. No lo dice así, dice: ¡Murió el Hijo de Puta! Y no tiene nada que aclarar porque todos los cubanos libres sabemos perfectamente que sólo hay un Hijo de Puta por el que llamaríamos a un hermano en plena noche.
Se nota alegre mi hermano y yo también lo estoy, sin duda, pero noto también en nuestras voces algo parecido a un inmenso alivio. A continuación se suceden las llamadas y los mensajes de Miami y hay en ellos un justificado alborozo. Cuando amainan, pongo la cabeza otra vez en la almohada y me invade una gran tristeza. Tristeza por nuestra derrota, porque ese hombre ha muerto apaciblemente en la cama rodeado de los suyos, al contrario de millones de sus víctimas desperdigadas por el mundo a los que negó ese último consuelo. Al contrario de los miles, decenas de miles de cubanos ahogados en el Estrecho de La Florida tratando de escapar de su dictadura, de sus cárceles y de sus estupideces.
Fidel Castro fue (qué maravilla poder escribir fue) un hombre con una legión de muertos a sus espaldas. No sólo cubanos, peruanos, mexicanos, chilenos, argentinos y hasta angoleños, entre otros, deben sus muertes a alguna de sus napoleónicas y estúpidas ocurrencias. Pero me temo que hoy no será un día de grandes alegrías en la prensa mundial, ya se sabe que las víctimas anónimas no gozan de los favores ni del interés de la prensa mundial, que generalmente reserva todo su espacio y hasta devoción para los tiranos de izquierda, mucho más si son exóticos grandes machos testosterónicos.
Gran Revolucionario, y sandeces peores, leeremos en la hora de la muerte del Gran Opresor y Hambreador, me temo, como si Revolución pudiera significar otra cosa que progreso, bienestar y libertad para los ciudadanos a los que se les propone. Pero los cubanos exiliados estamos tan acostumbrados al silencio y hasta al desprecio por las víctimas de Castro por parte de la prensa libre, que no creo que eso altere un ápice nuestra alegría.
Siguen entrando multitud de mensajes y llamadas y algunas me dicen que en Miami hay una gran fiesta. La Fiesta, tan esperada. Es una pena que no esté allí para unirme a esa celebración que tanto han esperado y que tanto merecen los cubanos libres. Qué mejor fiesta pueden celebrar los ciudadanos de un país que la muerte del hombre que ha destruido su país y que les ha obligado a huir de ese país para escapar de la miseria física y moral que él encarnaba, o de la cárcel; la muerte del hombre que los ha separado de sus seres queridos y obligado en muchos casos a morir lejos de esos seres queridos.
Mientras escribo estas líneas apresuradas pienso en mi madre y en que hace pocos días visité su tumba en Miami, y lamento que no hayamos podido celebrar juntos esta noticia. Pero lo haremos. Ha amanecido. Y entonces comprendo que la muerte de Fidel Castro es sobre todo un acontecimiento higiénico, que el mundo es hoy un mundo más limpio y un mundo mejor desde que no está en él ese asesino.

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