La satanización

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La satanización de un personaje como Donald Trump, en los tiempos que corren, es una especie de rescate de aquella hegemonía conceptual “diabólica” que tanto se enarboló en tiempos de la inquisición. Las razones, políticas, persiguen un mismo fin. Si en aquel entonces la intención era la de permitir a la iglesia católica tener jurisdicción sobre feudos y ducados, como bien nos recuerda Dennis Muchembled en su magnífica “History of the Devil”, ahora la praxis es un justificativo para establecer la continuación del dominio de la ideología de izquierdas en la política norteamericana.
Trump es el eterno conspirador, encarna un peligro mayor para el orden social establecido y debe ser temido y repudiado. Representa el concepto del Mal como antagonista de lo bueno y admisible, con el riesgo plausible de que su exagerada caricaturización termine perdurando como objeto fetiche o de apego cultural. Su perpetuidad dependerá del resultado de las elecciones venideras, y sin embargo, me arriesgaría a aventurar que el “efecto Trump” sobrevivirá, de cierta forma, en el discurso intelectual de izquierdas, como recordatorio de que la “malignidad” acecha y de que el omnipotente padre Estado nos puede proteger de tan temibles provocaciones y amenazas.

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