MUJER CON ALCUZA, de Damaso Alonso

 

   Marc Chagall, Amanti in rosa (1916)

 

MUJER CON ALCUZA


A Leopoldo Panero

¿Adónde va esa mujer
arrastrándose por la acera
ahora que ya es casi de noche
con la alcuza en la mano?

Acercaos: no nos ve.Yo no sé qué es más gris
si el acero frío de sus ojos
si el gris desvaído de ese chal
con el que se envuelve el cuello y la cabeza
o si el paisaje desolado de su alma.

Va despacio, arrastrando los pies
desgastando suela, desgastando losa
pero llevada
por un terror oscuro
por una voluntad
de esquivar algo horrible.

Sí, estamos equivocados.
Esta mujer no avanza por la acera
de esta ciudad
esta mujer va por un campo yerto
entre zanjas abiertas, zanjas antiguas, zanjas recientes
y tristes caballones
de humana dimensión, de tierra removida
de tierraque ya no cabe en el hoyo de donde se sacó
entre abismales pozos sombríos
y turbias simas súbitas
llenas de barro y agua fangosa y sudarios harapientos
del color de la desesperanza.

Oh sí, la conozco.
Esta mujer yo la conozco: ha venido en un tren
en un tren muy largo
ha viajado durante muchos días
y durante muchas noches: unas veces nevaba y hacía mucho frío
otras veces lucía el sol y sacudía el viento
arbustos juveniles
en los campos en donde incesantemente estallan extrañas flores encendidas.

Y ella ha viajado y ha viajado
mareada por el ruido de la conversación
por el traqueteo de las ruedasy por el humo, por el olor a nicotina rancia.
¡Oh!:noches y días
días y noches
noches y días
días y noches
y muchos, muchos días
y muchas, muchas noches.

Pero el horrible tren ha ido parando
en tantas estaciones diferentes
que ella no sabe con exactitud ni cómo se llamaban
ni los sitios
ni las épocas.

Ella
recuerda sólo
que en todas hacía frío
que en todas estaba oscuro
y que al partir, al arrancar el tren
ha comprendido siempre
cuán bestial es el topetazo de la injusticia absoluta
ha sentido siempre
una tristeza que era como un ciempiés monstruoso
que le colgara de la mejilla
como si con el arrancar del tren le arrancaran el alma
como si con el arrancar del tren le arrancaran innumerables margaritas,
blancas cual su alegría infantil en la fiesta del pueblo
como si le arrancaran los días azules, el gozo de amar a Dios y
esa voluntad de minutos en sucesión que llamamos vivir.
Pero las lúgubres estaciones se alejaban
y ella se asomaba frenética a las ventanillas
gritando y retorciéndose solo para ver alejarse en la infinita llanura
eso, una solitaria estación
un lugar
señalado en las tres dimensiones del gran espacio cósmico
por una cruz
bajo las estrellas.

Y por fin se ha dormido
sí, ha dormitado en la sombra
arrullada por un fondo de lejanas conversaciones
por gritos ahogados y empañadas risas
como de gentes que hablaran a través de mantas bien espesas
sólo rasgadas de improviso
por lloros de niños que se despiertan mojados a la media noche
o por cortantes chillidos de mozas a las que en los túneles les pellizcan las nalgas
...aún mareada por el humo del tabaco.

Y ha viajado noches y días
sí, muchos días
y muchas noches.
Siempre parando en estaciones diferentes
siempre con una ansia turbia, de bajar ella también, de quedarse ella también
ay, para siempre partir de nuevo con el alma desgarrada
para siempre dormitar de nuevo en trayectos inacabables.

...No ha sabido cómo.
Su sueño era cada vez más profundo
iban cesando
casi habían cesado por fin los ruidos a su alrededor:sólo alguna vez
 una risa como un puñal que brilla un instante en las sombras
algún cuchillo como un limón agrio que pone amarilla un momento la noche.
Y luego nada.
Solo la velocidad
solo el traqueteo de maderas y hierro
del tren
solo el ruido del tren.

Y esta mujer se ha despertado en la noche
y estaba sola
y ha mirado a su alrededor
y estaba sola
y ha comenzado a correr por los pasillos del tren
de un vagón a otro
y estaba sola
y ha buscado al revisor, a los mozos del tren
a algún empleado
a algún mendigo que viajara oculto bajo un asiento
y estaba sola
y ha gritado en la oscuridad
y estaba sola
y ha preguntado en la oscuridad
y estaba sola
y ha preguntado
quién conducía
quién movía aquel horrible tren.
Y no le ha contestado nadie
porque estaba sola
porque estaba sola.
Y ha seguido días y días
loca, frenética
en el enorme tren vacío
donde no va nadie
que no conduce nadie.


...Y esa es la terrible
la estúpida fuerza sin pupilas
que aún hace que esa mujer
avance y avance por la acera
desgastando la suela de sus viejos zapatones
desgastando las losas
entre zanjas abiertas a un lado y otro
entre caballones de tierra
de dos metros de longitud
con ese tamaño preciso
de nuestra ternura de cuerpos humanos.
Ah, por eso esa mujer avanza
 (en la mano, como el atributo de una semidiosa, su alcuza)
abriendo con amor el aire, abriéndolo con delicadeza exquisita
como si caminara surcando un trigal en granazón
sí, como si fuera surcando un mar de cruces,
o un bosque de cruces, o una nebulosa de cruces
de cercanas cruces
de cruces lejanas.

Ella
en este crepúsculo que cada vez se ensombrece más
se inclina
va curvada como un signo de interrogación
con la espina dorsal arqueada
sobre el suelo.
¿Es que se asoma por el marco de su propio cuerpo de madera
como si se asomara por la ventanillade un tren
al ver alejarse la estación anónima
en que se debía haber quedado?
¿Es que le pesan, es que le cuelgan del cerebro
sus recuerdos de tierra en putrefacción
y se le tensan tirantes cables invisibles
desde sus tumbas diseminadas?
¿O es que como esos almendros
que en el verano estuvieron cargados de demasiada fruta
conserva aún en el invierno el tierno vicio
guarda aún el dulce álabe
de la cargazón y de la compañía
en sus tristes ramas desnudas, donde ya ni se posan los pájaros?

Damaso Alonso

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