A propósito de las gráficas de Margarita García Alonso. Por Mario Shiller




    A propósito de las gráficas de Margarita García Alonso.


    Margarita llegó a la Normandía con su cetro y corona envueltos en papel de diarios cubanos, pensó que estaba en Groenlandia, su único reino posible cuando una vaca normanda le descubrió que Velázquez había dejado olvidada una menina enamorada del mar que soñaba el trópico desde sus encajes, venía cansada y de otros mundos, lágrimas y sudor, secuestros y programas de estudio sobre su saliva y su cuerpo. La nave perdida y su tripulación rota.
    El paraíso, única religión posible, la llevó a una adicción particular por zapatos, máscaras antigases y el fantasma de Cuba. Margarita muere y resucita a cada día, es un alien de la imagen y de la palabra, sorbe café bustelo y renuncia después de una sesión freudiana con su vaca de confianza a comer picadillo a la habanera.
    La Reina de Groenlandia, aunque sus súbditos no lo sepan, habita su reino en imágenes y en palabras que suenan a Vivaldi y a la virgen de Lourdes.
    Ha muerto y resucitado tantas veces en sus viajes que el tiempo se ha convertido en una posibilidad para comprenderla.
    Explosiones de humo, colores insoportables para humanos, lugares que no debimos pisar sin la misericordia de su mano, de la compañía de su realeza, creémos que la realeza es hereditaria, pero lo es de una manera oblicua, Margo es al guía en el laberinto donde un Minotauro domado por ella nos recibe y garantiza el disfrute de nuestras Ariadnas y Teseos. Margo lleva el ovillo escondido, no sea que nos acontezcan males mayores antes que los galeones zarpen y otra dimensión nos seque los ojos nuevamente con hetairas dignas de todo adoro, vuelan sin gravitar en nuestro universo, son los restos del paraíso y otros lienzos, la mordida y el aullido despues de tocar el sol con la luna a la espalda.

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