Marguerite regreso de su exilio por el puerto de LE HAVRE



Era francesa, pero había nacido en Bruselas, Bélgica, de madre belga y de padre francés. Fue el 8 de junio de 1903, para más señas.

Fue bautizada Marguerite de Crayencour y su venida al mundo fue causa de la muerte de la madre, Fernande de Cartier de Marchienne, de fiebre puerperal. Sabedora de su desaparición, la agonizante solicitó que a la niña no se le impidiera irse de monja, si tal era su deseo.

El viudo -padre y madre a la vez- Michel de Crayencour, no pensaba igual e inculcó a la pequeña el principio “sólo se está bien en otra parte”, incitándola a conocer el mundo. Primero, a través de su propia cultura y de su biblioteca.

A los 16 años de edad, Marguerite no había ido a una escuela, lo cual no le impidió aprobar el bachillerato. Ese año, 1919, su papá le patrocinó la publicación de un poema dialogado, ‘El jardín de las quimeras’, sobre de Ícaro. Entre los dos eligieron el seudónimo, Yourcenar, que es un anagrama del apellido.

Había surgido la escritora y los años siguientes fueron de pulimento y consolidación. Su primera obra publicada por una editorial fue ‘Alexis o el tratado del inútil combate’ (1929), que es una carta dirigida a una mujer por su esposo, en la cual confiesa preferir a los hombres.

Ese año murió su padre y Marguerite se dedicó a viajar por una Europa recién salida de una guerra y adentrándose en otra. En 1934 escribió ‘El denario del sueño’, sobre un atentado fallido contra el dictador italiano Benito Mussolini.

Por esa época la escritora se enamoró de un hombre que prefería a otros, y todos los sentimientos que esa circunstancia desató en ella quedaron plasmados en ‘Fuegos’ (1936). Fue como la materialización de un verso que había escrito varios años atrás: “Soledad: no creo como ellos. No vivo como ellos. No amo como ellos y moriré como ellos”. Cumpliría.

En los años siguientes comenzó a forjarse en su personalidad el sentido de lo impreciso y del estado de paso, o sea, el “yo incierto y flotante” que trasladaría años más tarde al emperador romano Adriano en su libro más famoso.

En 1937 Marguerite conoció y tuvo una relación amorosa con la estadounidense Grace Frick. A finales de 1939 había estallado al Segunda Guerra Mundial y a la francesa se le acababa el dinero. Con el poco que tenía, aceptó la invitación de Grace y se embarcó para los Estados Unidos, quedándose a vivir con su amiga en la isla Mount Desert (Maine). En 1947 se hizo ciudadana gringa y apenas en 1980 recuperaría su nacionalidad original.

Mientras se adaptaba a la nueva vida, prácticamente dejó de escribir durante un período que denominó los “años negros” del exilio. Pero su reaparición en el mundo de las letras no podía ser más triunfal: en 1951 publicó ‘Memorias de Adriano’.

Es una novela escrita en primera persona, en la cual el emperador romano del siglo II después de Cristo rememora su gobierno, que ha sido considerado como uno los más luminosos de la historia del Imperio Romano. Según la autora, Adriano hizo de la felicidad “una obra maestra”.

Marguerite comenzó a escribirla en 1923, destruyendo sucesivamente los manuscritos, hasta el punto de que en 1949 sólo conservaba un fragmento. Pero luego, arrebatada por un súbito impulso, en cuestión de meses reescribió la obra definitiva, que desde la primera edición gozó de enorme éxito en todo el mundo.

Igual aconteció con ‘Opus nigrum’, que publicó 17 años después, en pleno Mayo del 68 francés. Los orígenes de este libro se remontan a una novela corta que publicó en 1934, que cuenta “en dos palabras la historia de un hombre inteligente y perseguido; sucede esto hacia 1569 y podría haber pasado ayer o pasar mañana”.

‘Opus nigrum’ podría ser la antípoda de ‘Memorias de Adriano’, pues si ésta es una exaltación del optimismo idealista, aquella refleja el pesimismo del escritor. Fue escrita en momentos en que su compañera Grace sucumbía al cáncer, lo cual indujo a la autora a lamentarse de “la atrocidad fundamental de la aventura humana”.

Marguerite Yourcenar fue una escritora lenta y prolija: también quiso convertir en libro sus sueños de adolescente, para lo cual se dio en la tarea de redactar ‘El laberinto del mundo’ del cual alcanzó a redactar menos de tres tomos. Es una obra con tintes autobiográficos, que profundiza en la historia de sus antepasados.

Estaba en ello cuando se convirtió en la primera mujer en ser admitida en la Academia Francesa, por su condición de novelista, traductora, ensayista y crítica. El tercer tomo estaba dedicado a la pubertad de la autora, pero quedó inconcluso y fue publicado póstumamente.

Varios años después de la muerte de Grace Frick, a Marguerite Yourcenar se le veía acompañada por Jerry Wilson, quien tenía apenas 30 años, y estaba aquejado de sida. Con su desaparición la escritora se sintió derrotada y prosiguió en el viaje sin regreso a sus dos amados, el 18 de diciembre de 1987.
Cifras
• 28 años tardó Marguerite Yourcenar escribiendo ‘Memorias de Adriano’
• 3 amores tuvo: un homosexual, una lesbiana y un enfermo de sida
• 9 libros escribió a lo largo de su vida la francesa


MARGUERITE YOURCENAR
Viaje alrededor de una vida




LA ENSAYISTA MICHELE SARDE CUENTA LA VIDA DE LA AUTORA DE MEMORIAS DE ADRIANO CON NOTABLE AUDACIA NARRATIVA. EN SU VIVIDA PROSA APARECEN LOS MATICES DE UNA MUJER ENIGMATICA Y FASCINANTE.
--------------------------------------------------------------------------------
MICHELE SARDE
De esta fotografía sólo había conservado el negativo, en el cual primero la distinguí vestida de claro, con un sombrero blanco de ala ancha. Revelada, la copia en papel la presenta vestida de oscuro en la claridad del día. Esta película-pantalla que la muestra luminosa en medio de la oscuridad, esta impresión que la pone oscura en plena luz, trazan las dos, con exactitud, los contornos de una existencia y de una figura en claroscuro, al estilo de los maestros flamencos que tanto le gustaban.

La leyenda que ilustra el negativo está redactada así: Marguerite a los treinta y seis años. Burdeos. El día de su partida a los Estados Unidos.Tal vez sea Grace quien redactó el epígrafe. Grace Frick, a quien usted llama Grce, a la francesa, jugando con esa palabra que da título a la novela que usted acaba de terminar.

Grace, con quien decidió, después de muchas dudas, reunirse del otro lado del Atlántico, en esa época de disturbios en la que no sabe qué hacer de su vida. En su bolso de viaje, guardó con sumo cuidado su pasaporte, que encontraré cincuenta años más tarde en una carpeta, intacto, entre un carnet de prensa de Nouvelles Littéraires fechado en 1929 y su certificado de naturalización norteamericano emitido el 12 de diciembre de 1947.

Es precioso ese papel de identidad, en ese tiempo de nacionalismo pavoroso en el cual una administración puntillosa bien pronto elegirá, en función de un sello, entre los vivos y los muertos. Sin duda, ese contexto es el que inspiró inconscientemente su deseo de conservar este pasaporte único, en la mescolanza de rastros de su vida que quiso abandonar a sus espaldas.




Emitido el 18 de mayo de 1937 en el consulado de Francia en Lausana, prorrogado el 13 de mayo de 1939 en Atenas, luego el 16 de agosto en Nueva York, ese pasaporte está extendido a nombre de: de Crayencour llamada Marguerite Yourcenar; nombre: Marguerite, Antoinette, Jeanne, Marie, Ghislaine; nacionalidad: francesa; lugar y fecha de nacimiento; Bruselas, 8 de junio de 1903; profesión: mujer de letras; domicilio: Lausana (Suiza).

Sus señas también están establecidas en la página 2, al lado de la fotografía de un rostro lleno, de cabellos cortos y labios sensuales. Altura: 1,65 m; cabellos: negros; ojos: azules; nariz: mediana; boca: mediana; barba: ninguna; mentón: redondo; rostro: ovalado; tez: natural; señas particulares: ninguna. Me gusta imaginarla sobre el puente del carguero norteamericano California, ese 15 de octubre de 1939: el sello del comisariato especial de Burdeos en su pasaporte da fe de ello. La víspera, el 14 de octubre, no alcanzó a tomar otro carguero, este mixto, el Saint John, que fondeó con pasajeros, pero el comandante del California, reservado para mercancías, por excepción tomó pasajeros ese día y tal vez justamente los del Nieuw Amsterdam, ese transatlántico holandés en el que había reservado lugar y que se negó a internarse en el mar a raíz de la guerra. Así pues, la tenemos en un carguero improvisado en Burdeos, mientras que el cómodo transatlántico que había elegido prefiere el refugio del puerto de Rotterdam que, por otra parte, será bombardeado de arriba a abajo en unos meses.

Aparentemente, ese viaje de octubre de 1939 hacia las costas norteamericanas no tiene nada de extraordinario. Lo precedió, dos años antes, en setiembre de 1937, otro viaje del que usted guarda por lo menos un recuerdo, el de haber terminado, en el balanceo de la travesía atlántica uno de los relatos más sangrientos de su obra novelística, Le chef rouge (El jefe rojo).

Emprendió esta expedición también por invitación de Grace, esa norteamericana de su edad, con rasgos de joven sibila, que entonces acababa de conocer en París, en febrero de 1937, y con la cual de inmediato viajó locamente por Sicilia, luego Roma, Florencia, Venecia, Corfú, la costa dálmata; por su tan querida Grecia: Atenas, Delfos, Sunión, y de regreso por Nápoles, pues es verdad que, como lo escribirá ya vieja, para un corazón joven la obsesión del viaje es casi siempre el corolario de la del amor .Pero hoy, dos años después del primer encuentro con el Nuevo Mundo, con el admirable verano indio de Connecticut en otoño, estaría dispuesta a repetir lo que ya decía a su amigo Emmanuel Boudot-Lamotte el 16 de noviembre de 1937, que Europa está mil veces más lejos de aquí que Persia, en la que todavía pienso. Pues ese viaje no se parece al otro ni a los otros, innumerables, que la hicieron surcar Europa alrededor de un centro de gravedad que tenía por nombre Grecia. Este viaje en ese increíble carguero tiene todo el aspecto de una partida hacia el exilio y la Sibila, de una Némesis.




¿Intuye usted, mientras el California leva anclas y mira desaparecer las costas familiares, que ese viaje de seis meses se metamorfoseará en un alejamiento de once años primero, y que nunca más volverá de veras a la Europa de su juventud? ¿Puede usted imaginarse que los Estados Unidos se convertirá, de ahí en adelante, si no en su patria, palabra que le es ajena, por lo menos en el país cuya nacionalidad adoptará un día no muy lejano y, sobre todo, en el lugar donde se radicará para vivir con sus fantasmas y para crear seres de ficción? No. En ese instante de octubre de 1939, solo tiene, en el mejor de los casos, un lejano presentimiento de lo que las extraordinarias carambolas del azar y de la elección le preparan, el destino ambiguo de vivir en un país en el que usted misma confiesa no haber pensado ni cinco minutos antes de los treinta y cinco años.


Lo que percibe claramente es que está en una encrucijada de su vida. Ante todo, no le queda casi ni un peso. Todo lo que restaba de la fortuna de su madre, mal administrada por su medio hermano, lo ha derrochado voluntariamente en diez años de nomadismo, de vida bohemia, de vida de adelantada, de vida libre, como dirían algunos, cultivando ciertos desarreglos del cuerpo y el alma que sublimó en sus poemas y sus relatos.Estos últimos, Alexis, La nouvelle Eurydice (La nueva Eurídice), Pindare (Píndaro), La Mort conduit lattelage (La muerte conduce la carreta), Fuegos, El denario del sueño y El tiro de gracia le aseguraron un éxito entre entendidos y el respeto de un pequeño grupo parisino y de hombres como Edmond Jaloux, Charles du Bos y Paul Morand. Pero el éxito entre entendidos no permite vivir y todavía no ha conocido la gloria que deseó de niña. Como lo indica su pasaporte, usted es una mujer de letras, pero todavía no del todo una escritora. A lo largo de esta década, su pasión por un hombre que la rechazó la devoró como el Minotauro de cuyo laberinto nunca podrá salir su obra.




Ardió por él en esta Grecia mítica donde ha llevado una infatigable vida aventurera y, con sus propias cenizas, hizo poemas tan impúdicos que deseó que su libro nunca fuera leído. Europa, lo presiente, pues tiene el talento de Casandra, que es el de predecir, si no el de Ariadna, que es el de predecirse, va a pasar por una fase de disolución y de destrucción sin precedentes. Un opus nigrum. Y usted, en esta tormenta, ¿en qué se convertirá? Eso es lo que se preguntaba ansiosamente hace poco más de un mes, el 3 de septiembre de 1939, en un café de Sierre, en Valais, al escuchar por la radio el anuncio de las hostilidades y la entrada de las tropas de Hitler en Bélgica.Ese mismo día, cuando atravesaba el Lehman en un barco casi vacío, oyó, del lado de Saboya y del lado de Suiza, el toque de alarma que anuncia la guerra. Ese toque de alarma franco-suizo le recordó el toque de alarma belga que escuchó sonar veinticinco años antes, a lo largo de un camino en la duna de Westende. En ese momento tenía once años. El reflejo de Michel, su padre, fue el mismo que el suyo de hoy: tomar el camino del mar. Pero ese primer exilio en Inglaterra a raíz de la guerra sólo duró unos meses. Esta vez las campanas de siete u ocho pueblos resuenan a la vez, entre las cuales se destaca la campana mayor de la catedral de Lausana.¿En qué se convertirá? Sola como estaba, libre como era, al no estar, en suma, atada a ningún lugar en particular, salvo por propia elección, a ningún ser humano, salvo por propia elección, me pareció, durante un largo instante que mi propia vida se borraba, sólo era una encrucijada en la que se hundían esas ondas de ruido; ese toque de alarma no era ya la señal de un peligro sino un golpe fúnebre por todos los que morirían en esta aventura, yo mismo tal vez.Al volver a Lausana, en el salón del hotel Meurice, escuchó, en medio de rostros consternados, la declaración de guerra de Inglaterra a Alemania, luego la retrasada de Francia. Y las noticias se precipitaron, la del torpedeo del Athinia, hundido en las costas de Irlanda, y la que le concierne de manera más personal: el Nieuw Amsterdam no seguirá el camino hacia el Nuevo Mundo y usted está bloqueada en el antiguo.¿Qué hará? Al contrario de la mayoría de las personas atrapadas en obligaciones profesionales o privadas, para quienes la guerra, si bien introduce una amenaza, no fuerza a ninguna opción, usted está acorralada por un dilema: partir, quedarse.


En el contexto de su época y de su estirpe, usted es una anomalía: mujer, todavía joven, sola, libre, vagabunda... y sin recursos. Pero no sin determinación. La guerra se convertirá para usted en la oportunidad misma de decidir. La anulación del Nieuw Amsterdam, ¿será un presagio? Dudó. Consultó a los amigos que la rodeaban, a su entorno. Una joven griega, instalada en Lausana y cuya tendencia a lo asombroso y lo sensacional conoce bien, le dio este consejo exaltado: Si yo fuera usted, me las arreglaría para hacer reportajes y para elegir los hechos más extraordinarios; esté en París el día que arda y en Berlín el día que Hitler se rinda.




Como ya tiene la tendencia, por carácter, a optar por soluciones menos estruendosas, no escuchó sino a medias esas propuestas fáciles. Su amigo Edmond Jaloux apenas demostró ser mejor consejero. Cenó con él en una taberna de Lausana o en los jardines de Ouchy, sin saber que sería probablemente la última vez. Usted ama a ese hombre de letras que acogió cada uno de sus libros con una crítica entusiasta. No ignora, sin embargo, hacia dónde se dirigen las simpatías de un escritor que, apenas unos meses antes, le habló de una revista que había publicado los textos de Hitler y en la cual tenía el honor de colaborar. Pero es moneda corriente en la época. André Fraigneau, el hombre al que adoró hasta la humillación, no pronunciaba palabras diferentes. Y, para decirlo todo, usted tiene amigos en los dos campos.





Esta vez encontró a Edmond agobiado, lo pescó en flagrante delito de ese pecado de ligereza que ya la irrita en la intelligentsia parisina. Hitler nos divirtió porque es una especie de Wallenstein, pero la situación presente se pasa de la raya es todo lo que supo decirle frente a un plato de masitas.En la duda, por lo menos se decidió a dejar Lausana, a quedarse en París. Entonces, a toda prisa, hizo sus preparativos, amontonando en dos o tres baúles algunos objetos salvados del naufragio familiar: platería, un péndulo, estatuillas valiosas, vieja correspondencia, tal vez alhajas y, sobre todo, sus bienes personales, entre los cuales los más preciosos resultan las cartas íntimas, agendas, fragmentos de diarios, el manuscrito de Adriano, última versión, con la mayor parte de las notas. Dejó esos baúles en depósito en la dirección del hotel Meurice de Lausana, como siempre lo hizo en su existencia errante, en esas épocas en que el hotel era un modo de vida natural para muchos intelectuales, artistas o burgueses bohemios sin domicilio fijo.



La tercera mujer de su padre, la inglesa Christine Hovelt, pondrá sin duda esos objetos en el guardamuebles antes de irse a Pau en 1940.Y partió de prisa, no llevando más que lo esencial.

Commentaires

Anonyme a dit…
Que apasionada!
Me enganchaste con la foto de la Yourcenar, y empece a leer de la mitad para abajo, pero despues fui al principio y me lo lei todo otra vez.
Me encanto tu escrito. Tengo que pasar mas por aqui.

Un abrazo,

Adriana
Gracias Adriana, vale la pena leerlo, son suertes de artistas, destinos de exiliadas.
Un abrazo.

Articles les plus consultés